Cuando la canícula se pasea impune por las calles de agosto, uno piensa en la gota fría que te lleva a casa para degustar de los refranes tras el fuego. Con los cuarenta grados de calor, siempre pienso en que me cae una lluvia fina, refrescante, que se intensifica a voluntad. Y en el frío del invierno oscuro, uno sueña con la estufa de leña, el café corto, el libro empezado, sabiendo siempre que nunca llueve a gusto de todos, ¿verdad?
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