Acaricio la brisa que te acerca mi suspiro,
bendigo la sombra de aquel árbol con banco que te invita a parar
y yo, como siempre, pasaba por allí.
Recuerdo el titubeo en la dicción perturbada del enamorado sin remedio.
Aplaudo la existencia de todas las casualidades,
el invento del café y de las terrazas, la vida en el bosque,
las frecuencias que el mar ofrece a las manos ávidas...
de un contacto que te hace uno y te lleva lejos.
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