Cuando uno se ve llegando al arrabal de senectud,
se da cuenta que las musas tienen nombre,
y que inspiran con el talento de la verdad y del amor.
Se llaman Teresa, se llaman rosa, montaña nevada...
con osa blanca y oseznos bellos jugando a deslizarse.
Se llama luna en cielo con los pies en el río,
se llama sonrisa de ojos, lluvia de dulzuras...
se llama Teresa, mi original musa de siempre, única.
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