Y en la noche que no nos atrape la luna...
me bastan las luciérnagas que se cobijan en nuestra encina centenaria,
y de allí a los pinos, solar de las ardillas juguetonas,
porque qué mejor luz que la de tus ojos verdes para andar en vuelos y en libertad
por los maravillosos espacios donde no se esconde el amor...
Y en el día, madrugará el amanecer, y el sol que haga lo que quiera,
nosotros nos iremos por la sombra de la arboleda en busca de aquel banco,
cerca del estanque, para escuchar a los jilgueros...
y esperar que el abrazo se acelere en besos mágicos y largos.
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