Mi amigo tenía aquello que han tenido a bien llamar “don de gentes”, una simpatía innata, una gracia especial, una educación exquisita. El la trataba con todos los mimos al abrazo del amor y del respeto... le apartaba la silla, le llenaba el vaso, le ponía el abrigo y le daba toda preferencia después de abrirle la puerta. El se deshacía en atenciones y ella... se dejaba querer, también por educación. Nunca la vio convencida, y un día le dijo que quería a otro, también por respeto, no hubo afinidad, pero sí mucha comprensión… Él la sigue queriendo, ella, ya casada y con hijos, le hace una fiesta cada vez que lo ve, todo muy sano, todo muy noble, pero no pudo ser...
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