Fontibre, allá en la montaña de Reinosa,
no es tan espectacular como el río que genera,
más bien parece un pequeño lago estancado,
con algún ligero desnivel,
donde se escuchan silencios de Delta.
Es curioso el croar de las ranas,
el paseo de las fochas y, como no,
los ánades que casi parecen de granja.
Uno piensa en mi Ebro, en Deltebre,
que llega majestuoso y curtido,
de mil pueblos con los que libró sus besos,
y se junta con el mar de amor…
y allí suena a normal la fauna y flora,
como un compendio de experiencias,
como un aposento definitivo del destino.
Me encantan los ríos con vida,
que anidan sonidos y vuelos.
Hasta mi Francolí, en Tarragona,
que oscila entre camino y aguas,
al acercarse al mar y abrazar lo salado
no puede, no se desprende del resumen,
y allí, una vez más, el croar de las ranas,
el zambullido de los cormoranes
y los vuelos con aterrizaje de palmípedos,
de los sempiternos patos…
Reinosa... en la calle Deltebre,
un asador donde gozar de la hermandad
del principio y final del río Ebro.
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