Nunca me gustaron los niños que hablan como sus abuelos, aquellos adiestrados para el espectáculo y la albricia antinatural. Nunca me hizo gracia el niño prodigio, con todo lo que conlleva de antiprodigio de ser niño. Como profesor, siempre tuve presente el desarrollo natural, progresivo y sistemático de las facultades humanas del niño. Nunca me apunté al adiestramiento del posible genio que llenaba las esperanzas circundantes de lo irreal. Siempre me gustaron las espontáneas infantiles, naturales, inmaduras, sin desperdicio, por lo verde y tierno, por lo plástico y moldeable, con criterio para el maestro del arte en estado puro.
Nunca me cansaré de decir que mis mejores maestros fueron los niños, por eso siempre valoré sus valores como niño, su inocencia y su esencia, su natural espontaneidad, su proceder de niño como ente en constante evolución y realidad de boca abierta para asimilar y realizarse y merecer. Con perdón, pero no veo bien al genio niño de instrumento o voz prodigio, genio prematuro… me suena a que no le dejan ser niño, y eso es insustituible e imperdonable.
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