Las olas, como un quejido placentero,
se plasman suaves entre brisas,
me hablan de las sirenas traviesas
que, cual cupidos, lanzan dardos
con aciertos diversos y división de opiniones.
Playa sin fin ni roca posible,
paz de Delta con sombrilla verde,
sol casi injusto en la justicia…
Una hierba salada cobija una gaviota,
cerca se oye el croar de ranas,
los arrozales amarillean con éxito
después del azote del agua de mar
en su lucha contra el caracol manzana.
Aquí también rueda la rueda
y brota la harina de arroz,
y el grano es suprema delicia
en el manjar que los dioses y los genios
plasmaron en las paellas mixtas.
Las olas me cuentan que pasean por el río
y facilitan la excursión de las doradas,
de las lubinas y otras especies
que, como a tantas otras, humanas incluidas,
les gusta nadar entre dos aguas…
Me gusta ver que mis amigos gustan y gozan del Delta,
donde los silencios cambian de color
y aquella suavidad que siempre esculpe
les abraza y acaricia los sentidos…
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