Blanca y suave como una leche, como un armiño en invierno, como una rosa fresca en el rocío… Así hablaba mi abuela estimada de su amiga rica, entre algodones, que sólo se veía en las sombras, donde su palidez brillaba mostrando su condición sobrada.
Hace tiempo que no les hablo de mi abuela o de mi madre, aunque siempre las tengo presentes. Recuerdo ahora que la segunda me contaba que había ido a una casa donde tenían plátanos y sifón, y había visto a su hija pasear por su patio inmenso con sombrilla, pese a estar cubierto, no sea que algún reflejo la ponga morena.
La primera siempre me contaba que estar blanca, de polvos y de ausencia de sol y día, era todo un signo de distinción y un atractivo irresistible para los hombres, que solían hacer gala de todo lo contrario. Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor. No creo… ni el blanco tan protegido ni los rayos UVA ennegreciendo son naturales. Yo me inclino por alguna rociada de sol, con medida y fuera de horas punta…
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