Mis alumnos lo tenían claro, aquello de los límites que no podían traspasar, porque si no habría problemas. Tampoco yo era el colega, ni el amigo lúcido de la "panda"… quizá sí la referencia, una ayuda, que pretendía ser visible, en su camino a la realización. A veces se me escapaba el grito fácil, incluso cuando no estaba enfadado, y siempre me esforcé muchísimo en encontrar mi medida justa, un espacio activo de paz y orden.
Siempre pretendí un respeto, aquel que te da la entrega a los alumnos, incluso a su entorno, y, sobretodo, nunca quise perder la maravillosa espontaneidad de los niños, que es como el aire más puro del colegio. Encontrar esa medida práctica donde los educandos puedan expresarse en libertad, sin perder el sentido de la misma, fue siempre mi objetivo… que no siempre conseguí pero, cuando lo hice, pude influir en la formación de mis alumnos.
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