Mi madre me hablaba de las buenas compañías y solía ponerme ejemplos a seguir: el hijo de tal o cual, que hablan fino y se comportan y están al son de la música que marcan los cánones… Mi madre fue un producto del esfuerzo y de la constancia para la subsistencia. Recuerdo que tenía obsesión en lavarme todo con detalle, y se retenía en las orejas, y yo tiraba de la toalla como un loco… Hacía lo imposible por vestirme bien, y de un retal me hacía un traje, porque "tal como vas, te tratan".
Tenía claro el qué dirán, lo del motivo de escándalo, o lo de la mujer del César, aquello de que la mejor manera de parecer honrado es serlo. Mi madre vivió el sudor entre silencios… ella nunca levantó la voz, ni la cabeza, no tenía tiempo, nunca cesó en su empeño para, desde la humildad, hacer familia, hacer fe, darse y hacer colmena. Siempre me protegía, cada acción era un aviso, una atención, cada silencio disfrazado de respeto era una proclama de la imposición i del miedo. A mi madre la hicieron santa mayúscula, y la vida sigue igual… haciendo mártires.
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