acunado por las nubes de una noche sin invierno,
otro día oteando el amanecer...
desde la prudencia por no deshacer el encanto,
cuando en tiempos mejores, hacía votos para acelerarlo.
Otro día largo pensando en ti, tu gracia y vida y cualidades,
tu fondo y forma, tu capacidad para mejorar los entornos,
y, sobretodo, cómo puedo ser yo aquel hombre que siempre soñé
y que sólo vislumbro en tu maravillosa proximidad.
Al final siempre amanece...
y coincide en el abrir de tus maravillosos ojos de azabache.
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