Ella iba a por agua de la fuente,
tan suave, tan ágil, tan cadenciosa,
y yo me hice un asiduo del surtidor,
esperando la hora, siempre puntual,
y me hacía mil preguntas,
cómo proceder para ofrecerme para ayudarla,
para que aquella porcelana al sol
no perdiera un ápice de su resplandor.
Nunca le dije nada, siempre me ganaba...
el no romper aquella belleza plástica:
La moza del cántaro, la fuente...
y yo merodeando por las cercanías.
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