Momentos en la vida, en los que sueñas en la casa en el bosque cercano, pero se llega al extremo que se hace patente aquello de la propiedad y la pertenencia adolescente, y piensas en la isla deshabitada, que no desierta, donde ir de la mano por entre la arboleda que atraviesa un riachuelo, para escuchar el piar de los pájaros en cortejo. Pasear despacio entre las piedras acorazonadas, y comer del fruto, todo ecológico él… Una casa de madera, una ventana al sol, un amor a dos...
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