A quien no le gusta que le arropen como si fuera un niño, que le abracen por el simple hecho de humanizar la proximidad, que le escuchen como a aquel que dice la verdad con decoro y especial sensibilidad. A quien no le gusta que le quieran, sin haberlo convenido, ni mucho menos negociado, sino porque simplemente formas parte de su vida, con naturalidad, con toda sinceridad. A quien no le gusta que un repique de campanas hagan revolotear las mariposas del alma…
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