Mi abuela me hablaba de las risas matutinas, allá en el paso de la barca, a las cinco de la mañana y sin luz, las gentes se conocían por la voz y por su gracia en el decir y en el buen despertar. Se hablaban a distancia y a gritos, era como si alguien pusiera la radio y empezase la vida. Luego, en la otra parte del río, les esperaba una jornada laboral de esas infrahumanas, para regresar, otra vez sin luz, en busca del merecido descanso. Eran otros tiempos, madera de antes.
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