El mar nos recibió eufórico, emocionado, chocando sus olas en las rocas, y salpicándonos con un chirimiri de sal y gracia, en estos calores del mes de agosto. La terraza a punto, los ahumados en su tono de perfección habitual, las ostras gratinadas, preparadas, las almejas de la abuela, a disposición, y el rodaballo a la salsa de azafrán… pues como un amor de juventud de aquellos inolvidables y el vino, un Montsant de 14,5º con cuerpo y perfecta persistencia en boca. Mientras, un saxo y una guitarra, se recreaban con el Concierto de Aranjuez, y la luna, llena ella de adolescentes sofocos y luces mágicas, se mostraba bañándose desnuda en el mar. Un brindis por el lugar, por el trato, por la calidad, por la oda permanente al buen gusto y a la paz… Después, de regreso a casa, en la plácida madrugada, vamos comentando que la vida también es esto, o puede serlo, después de una buena siembra laboral...
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