El tren pasó ante mi puerta, lentamente, pausadamente,
sin ningún alarido, ni humo extraño, como invitándome,
insinuante, casi osado, a que subiera hacia un bosque ideal para anidar.
A uno, afortunadamente, o no, se le escaparon algunos barcos,
trenes demasiado rápidos, incluso algún avión,
pero esta vez, vi ternura, verdad, orden, sentido, paz y sentimiento.
Cuando quise enterarme, ya había subido por todos los acantilados,
donde tus ojos derraman dulzura a raudales... que envuelve.
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