Cuando me casé tenía 36 años… antes presumía de libertad de movimientos, de hacedor de las vanidades propias de la gente que aún no ha encontrado la verdad que encierra el concepto. La única libertad que aprecio es aquella que me permite hacer lo correcto. Siempre pienso en la pobreza mental de todo aquel que ha renunciado a ser libre, es como el que vendió su alma al diablo y perdió el norte y la realidad a cambio de instalarse en las regaladas redes de la corrupción establecida, como un modus vivendi habitual y podrido…
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