Cuando era profesor, me llovían primaveras en la actitud de muchos padres que no entendían la película de la que eran protagonistas naturales... los hijos eran los frutos, siempre sin culpa ninguna, de las malas interpretaciones del amor filial.
Después, cuando ya vas bien servido, de lluvias de inicios y promesas y esperanzas, te queda un recuerdo de la inocencia, del acierto o menos de tus artes de pastor, de alguna lágrima, aunque fuera de euforia, y te queda, un deseo al sol, y menos lluvias, y un espacio para la reflexión que siempre conlleva aprendizaje.
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