Desde la mesa veía el arrozal,
ya con espigas, amarilleando...
En la mesa mi mujer y mi hijo,
un vino Penedés y un pescado nuestro,
y un camarero amable, y una paz...
Una paz, que no es que estallara de repente,
sino como una prolongación...
de un suceder de los aconteceres,
que abonamos y regamos bien,
y ahora nos acogen con naturalidad...
Cuando nadie miraba, me pellizqué,
para comprobar que no era el aterrizaje
de un sueño selectivo...
sencillamente era una proclamación
de felicidad natural y plena…
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