Quién no se vio alguna vez llorando por los oscuros cerrados,
aquellos por donde cabalga lúcida la soledad más íntima…
Quién no inventó el vuelo saliendo del abismo de lo torpe,
del consuelo del llanto sentido, para paliar las asperezas
y lidiar con los desconsuelos…
Quién no brotó de sus cenizas, como la cara seta que brota sabia,
entre las trabas y los despropósitos…
Quién no se llegó proclamado, limpio de arrogancias y desafíos
por entre los vivos cuerdos pacíficos…
Quién no hizo borrón y cuenta nueva y aprendió de la vida fácil y falsa…
A quién no le vendieron la burra, o le ofrecieron una cena de un euro…
A quién no le intentaron comprar con cuatro promesas de prestigio
a cambio de la dignidad más propia,
aquella que no se comercia por nada y sin precio reglado…
Quién no se vio, alguna vez, llorando cuando se vio cerca del abismo,
con el alma ahogada de pena por su libertad comprada
sin luchar contra las inercias más nefastas…
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