Más de una vez me pregunté quién era el profesor…
siempre rodeado de niños, de ojos inmensos y bocas abiertas.
Siempre regalado de preguntas ávidas, de miradas, de admiraciones…
siempre siendo protección, refugio, solución, abrazo, empatía.
Ellos, mis niños, me enseñaron lo que es la vida,
y lo hicieron con sus procederes naturales.
Aquel que te sigue con la mirada y te succiona íntegro de por vida,
porque tú eres el ejemplo y la verdad… y tú quieres serlo y te mejoras.
Aquel que convive entre normas, de casa y de escuela, y se encoge.
Aquel que te encuadra y te mide, y te juega y valora, y te entiende, o no,
o sí, y aplaude y calla, y es feliz… o menos, convive…
El maestro riega sus flores, quiere hacerlo con la misma agua,
pero es humano, como las flores…
El maestro también aprende, aprende a aprender de los niños.
Uno, una vez, me dijo que yo era un hombre sabio… ¡casi me lo creo!
Después, pensé que él era mi profesor…
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