Rueda la rueda, brota la harina, mis gentes se ganan la vida,
sus herederos se activan y aplican, y la rueda sigue rodando,
y la harina sigue brotando… pese a que la vida
no pasa precisamente por sus buenas horas.
La gente de mi tiempo, niños con los que jugaba a indios y vaqueros,
son todos calvos, la mayoría, aunque, bañados de sol de Delta
y con el ángel cerca, la amabilidad a punto, propicia,
de un sano como de campo libre y ecológico.
Mis vecinas también se hacen mayores… hoy he visto a dos,
sentadas en la sombra, en el banco de los lamentos infundados.
Les he dicho que, no ha mucho, la de cuellos que hacían girar,
las ayudé a levantar… decían "tu no cambias, siempre estás igual",
cuando en realidad lo que pensábamos era aquello de…
"¡Dios mío, éste es aquel!", "¡Dios mío, éstas son aquellas!".
Me encantaría jugar a ser niños, con los niños de entonces…
Me conformo con vernos de cerca, contándonos logros y albricias variadas…
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