En su cara de póquer barato se dibujaba una mueca
histérica,
que quería ser de suficiencia.
En sus turbulencias lípidas y etílicas, no crecía ni
con tacones…
era un pobre hombre más que un hombre pobre.
Cacique de iglesia diaria y golpe en el pecho y
recogimiento,
en la práctica desplegaba el arsenal en nombre de su
ley.
Siempre me pregunté, incrédulo, cómo puede uno rezar
y ejercer de tirano sin escrúpulos ni conciencia,
cómo puede un sujeto practicante, de comunión diaria
y reflexión,
transformarse, a la salida del templo, en vivo
ejemplo de déspota,
en muestrario de abusos, corrupción, coleccionista de
víctimas
y malos tratos, rey del despotismo sin escrúpulos…
En su cara, siempre un dibujo de sonrisa estúpida,
falsa, como su actitud y proceder nefasto.
El pavo, siempre en su línea, sin cambiar nunca un ápice,
por encima del bien y del mal, transcurriendo impávido
por lo peor.
Básicamente infeliz, diría que, pese a sus torpes
intentos
de parecer lo contrario, lo dicho… simplemente un
pobre hombre.
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