Felices las ardillas que van locuelas,
de tronco y ramas, por el bosque espeso.
Ellas no van a la escuela del no pensar,
sus clases no son las del silencio en formación,
mejor deformación, de los espíritus…
Escuela a latidos de toques de campana,
formaciones rectas, pasos marciales,
respetos y reverencias programadas,
callar y aplaudir, si se tercia,
cuando venga el pájaro de turno
que te ofusca la voluntad y el pensamiento.
Felices las ardillas con madre, risueñas,
con agudos chasquidos de complicidad
que incluso ocupan los llanos de arbusto
para potenciarse ágiles y bellas,
raudas y ufanas por las habitaciones,
aquellas abiertas y esparcidas,
espacio de su libertad… con madre.
Diría que la vida es su escuela,
y aquí sí hay espacios de crecimiento.
Alguna vez reparé en la escuela sin vida
y me recreé con aquello estudiado:
"desarrollo natural, progresivo y sistemático
de las facultades humanas…"
Nada que ver con el come-cocos, ideológico,
unidireccional y cutre, como un monopatín,
muy "mono" que circula a base de patadas del poder…
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