Una vez, en Santiago de Compostela, los ribeiros me llevaron a abrazar una farola, maja ella, se dejó pacífica y amorosa… y me indujo a la reflexión, calma chico, no ves que no estás acostumbrado, le hice caso, la escuché, me recliné un momento, gozando de su metálica caricia, y en el siguiente bar yo ya sólo era un acompañante que había perdido la sed, pero no la simpatía ni el buen humor, que el tasqueo requería. Pero sí, fue un pequeño aviso, una lección que ya no olvidé en mi larga vida…
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