Durante un tiempo jugaba de portero, era bueno, lástima que me faltara un poco de altura, pero tenía reflejos, me tiraba bien y… siempre tenía las rodillas llenas de costras. Uno entrenaba bien, e incluso hacía clases extra en casa, cogía una patata y la tiraba contra la pared, el tubérculo me regresaba en inesperadas direcciones, a mí me obligaba a estirarme en diferentes posiciones y cogía una destreza y habilidad impresionante. Bien, todo pasa... luego fui el pequeñajo que las metía, después el entrenador de sus alumnos y al final un seguidor del buen futbol por la televisión, el del Barça de Pep Guardiola, como ejemplo más definitivo…
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