Hablabas poco, pero siempre precisa,
coherente, dando en el clavo, con mesura,
sin aspavientos ni complejos de superioridad.
Se te esperaba más allá de los turnos,
se te oía dejándonos siempre con ganas de más.
Eras aquella luz que nos iluminaba
igual que las luciérnagas en la noche,
o los ojos de tu amada en el amanecer de los delirios.
Eras aquel libro que te da pena que se acabe,
eras mi muy estimada profesora de literatura…
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