Los domingos te llevaban de campo y playa,
y yo me quedaba con mi cara de siempre, mi cabeza pensante.
Y esperaba el lunes para verte en la escuela del pueblo,
en la plaza del pino, con nido y jilgueros,
y esperaba la hora del patio, y después la del paseo,
y, al final, la de los sueños de la noche,
donde te visualizaba en la paz de la discreción sin rubores…
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