No me gustan las pinturas excesivas, ni los tatuajes, ni los embellecedores aparatosos de ningún tipo, pero confieso que a la chica nueva de nuestra clase le hubiese ido bien un toque de carmín, un ligero color de manzana de montaña en los pómulos, e incluso un soplo de vida en aquellos ojos sin chispa. La muchacha tenía su aquel, sobretodo para mí, que me gusta el encanto natural, ya saben, sin aditivos, pero la niña tenía cara de frío, blanca como el hielo nevado, y estaría bien que volviera a la vida y activara su sangre. Era buena chica, pronto entró en color, al calor de los amigos…
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