Mirar un cuadro, un paisaje, un pueblo, el mar, los cielos, acelerando la expectación y poniéndola a expensas de las emociones que te producen. Lo mejor es no ir muy enseñado, ni predispuesto, ni teniendo muy en cuenta lo que cuentan los expertos, y así tú valoras las sensaciones que te producen tus observaciones. Recuerdo que en el museo del Prado, mirando el cuadro del Caballero de la mano en el pecho, lo que más me impresionó fue la luz que se reflejaba por todas partes, y no tanto la pintura en sí. Pero de la emoción me tembló un poco la rodilla izquierda, de ver el Greco, claro…
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