Me encantan las cigüeñas, sobretodo cuando las veo en sus nidos, en el campanario de las antiguas iglesias de los pueblos, que con tanta curiosidad solemos visitar siempre. Me gusta observar cómo asoman los pequeños a la espera de que sus padres, por turnos, vayan en busca de comida. Preciosos sus voluminosos nidos y muy agradables los recuerdos de niños, cuando nos hacían creer que los hermanitos los traían las cigüeñas o, en su defecto, los aviones. Las cigüeñas, como los flamencos de mi Delta del Ebro, me relajan, me producen paz interior…
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