Recuerdo que de joven me impactan las bellezas rubias, sobretodo las nórdicas, aquellas que venían y te sorprendían luciendo con naturalidad sus minúsculos bikinis. Luego reparas en la hermosura de las morenas, italianas por ejemplo, aplicando aquello de que es mejor tener que desear y, al final, eres feliz con el producto de proximidad, que nada tiene que envidiar a lo de fuera. Recuerdo que se me salían los ojos al ver una rubia cubana… Todo esto eran anhelos de juventud, de adolescencia, donde las ilusiones estallaban al mismo tiempo que los granitos de la cara. Pero llega el tiempo en el que la valoración de la persona alcanza el máximo nivel de prioridad. Siempre digo que el amor no es tan ciego como lo pintan, hay una afinidad, un respeto y una atracción a un modo de ser y de pensar. Ella será una belleza, pero ante todo es un maravilloso ser humano, la compañera ideal, la plenitud ideal…
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