Uno, ingenuo que es, se cree propietario del mar y lo contempla desde la soledad de un acantilado en pleno invierno, o desde la desembocadura del río Ebro, que es pura hermosura ver cómo se abrazan. Y lo admiro por todos los sitios que pasa y acaricia con sus olas… Siempre lo reciben con los brazos abiertos, le arreglan las playas, le depuran la arena, es parte muy importante de las buenas gentes que viven del turismo. Pero... ya saben, a mí el mar, mi mar, me gusta en invierno, cuando no huele a linimento…
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