Ni bici, ni gemelos, ni playas, ni insolaciones, ni estragos, ni estilos, ni sudores, ni fatigas, ni cansancio por seguir la rueda equivocada, ni lagarto al sol, ni lagartija merodeando la luz de una farola. Llega un tiempo en que uno prefiere la sombra, la sombra de un níspero, o la de un pino, o la de una encina que abraza al paseante asaltado por el sol. Me molesta la arena y la sal del agua que se pega al cuerpo, pero a finales de otoño, principios de invierno, uno vuelve al mar, a pasear con los suspiros…
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