A mi madre le encantaba una habitación que daba al patio, se veía el pozo y los rosales. Era mi habitación, toda pintada de azul, le gustaba venir por la mañana, abrir la ventana y hacerme observar las rosas del pequeño jardín y el sol que embellecía y daba color a todo. Con el tiempo, planté un cerezo y un pino, y les aseguro que no hay nada más hermoso, que abrir una ventana y contemplar un cerezo en flor, y el pino, bueno, incluso hoy es la envidia del vecindario, una hermosura que acoge nidos de todas clases y es una fuente mágica de bellísimos trinos…
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