También deambulé solo, por la noche, no le hablé a nadie... y menos escuché. Es lo que suele pasar cuando llevas el perdigón en el punto álgido del ala. Me salía bien, lo confieso, planteamiento perfecto, conversación fluida... yo era el guionista y el director, claro, y mis desvelos siempre acababan bien, por supuesto. En mi película había sonrisa de aceptación, la noche se encendía con suma placidez…
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