Llegamos al pueblo, la perrita me ha visto, se vuelve loca, da saltos de felicidad, suelta unos gemidos de lamento que me conmueven y emocionan. Después, ya en casa, me busca, me controla, se duerme colocando su cabeza sobre mis pies, le encanta que le pase la mano por la cabeza, que la rasque un poco, y ella se abre de patas, dando muestras de total placer y gratitud. Le doy de comer, le doy un hueso, le pongo agua fresca y le doy más de un achuchón. Mi hijo me cuenta que cuando marchamos a nuestra casa, entra en depresión y se va a dormir muy triste…
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