El abuelo y el nieto juegan al ajedrez. El señor, con la cara del pensador profundo, toma la delantera, al niño se le nota el desángel, pero el abuelo reacciona con un despiste muy disimulado y el niño recupera la calma. La partida sigue, ahora competida, el pequeño se crece, lo crece la inteligencia del abuelo, hasta tal punto que tira el rey y se da por vencido. El niño sonríe y le da la mano, como le enseñaron a saber ganar, con respeto y felicitando al adversario. El niño está feliz. El abuelo es un manantial de felicidad...
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