Tenía los ojos fríos, como desnutridos,
descolocados a golpes de escarcha
de una maldición de invierno.
Tenía los ojos vacíos, sin mirada,
sin luz ni sonrisa con la que hacer juego.
Ojos apagados que no miran,
o lo hacen sin ver, alma sin surtidores,
cuyos suspiros se los llevó un mal viento,
sin regreso ni clemencia.
Todo a expensas de un renacer,
tiempos de esperanzas y de recuperaciones,
alas que volarán y, aunque sean blancas las nieves,
traen luz y paz y ojos que vuelven a ver…
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