Me contaron maravillas de su estar y decir,
de su presencia acaparando miradas y atenciones,
de su actitud lúcida y dispuesta,
noble y valiosa, franca y asequible…
Y acudí raudo, por supuesto,
y comprobé que se quedaron cortos todos los argumentos,
y que los cantos de sirena eran tan ciertos,
que allí está y allí voy...
cada vez que me siento ávido de un rociado de luz,
la de sus ojos miel, por ejemplo…
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