Ella me esperaba en el banco de siempre,
yo corría en busca de aquella sonrisa…
que me aclaraba el día, y me ilusionaba el alma.
Paseábamos por las calles del pueblo,
por el camino hacia la fuente pérdida,
por las playas de invierno y las rocas de pensar,
donde todo estaba tan claro, tan nítido, tan diáfano,
que toda meditación era vana y todo beso…
un convenio explícito de grandes sentimientos.
Las tardes se hacían muy cortas, la noche interminable…
pero las mañanas donde el sol y yo corríamos a su encuentro,
era un camino de flores mejoradas,
un paisaje que solo colorea el alma enamorada...
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