Mi madre tenía unas manos muy hábiles, era una buena modista, artesana, autodidacta y todo lo que ustedes quieran, era mi santa madre. Parece ser que alguien me regaló un enorme sombrero mejicano y ella me hizo un vestido acorde, que me pareció mágico. Recuerdo una camisa floreada a la que además le iba incorporando, de manera estratégica, una serie de lacitos amarillos, muy pequeñitos, que me daban un aspecto festivo y estrellado que era demasiado. Los pantalones también eran chillones y los zapatos a juego… Debía parecer un grito eufórico de luz.
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