Lo peor que tienen las mascarillas es que no podemos ver las sonrisas y no podemos ofrecerlas, sobretodo a aquellos que no sonríen nunca y, posiblemente, son los que más las necesitan. En mi clase, siempre procuraba levantar, integrar, revalorizar a los marginados, al mismo tiempo que pretendía bajar los humos a los cabecillas que abusaban de sus compañeros. No, no es que haya leído muchos libros de caballerías, simplemente el corazón es muy noble y así actúa. Sonrían, por favor...
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