Palmeras, palmeras sanas a ambos lados del paseo,
y nosotros, despacio, de la mano, como deteniendo el tiempo,
pese a todo, se presenta la luna, prudente,
como menguante, para no sorprender ni molestar.
Cerca, el banco de piedra, al lado de la fuente,
discreta pese al brillo de su agua.
Nos sentamos, nos miramos, nos decimos mil silencios,
proclamando la paz del entorno.
Alguien comenta... no me movería de aquí, no sé si has sido tú o yo,
da igual, nos quedamos y, desde entonces, siempre estamos...
en aquel banco de piedra, como el que está en la luna,
como el que está en el cielo, en un eterno revivir constante…
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