Tiene sonrisa de ángel, no sé si caído, pero sus ojos brillan desde muy adentro, su actitud es de un silencio suplicante, su ropa raya lo harapiento y, pese a todo, su dulzura es manifiesta. A su lado, tendido, sumido y amoroso, hay un perro negro, de mirada indefinida, pero igualmente dulce, como un mimetismo perfecto con su dueña. La imagen es tierna y cruel a la vez, piden limosna en la puerta de un mercado… nadie les hace ningún caso.
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