El padre, una especie de armario, con escaso cerebro, vino a hablar conmigo en plan prepotente, con mucha agresividad y muy poco respeto. El hombre quería que cambiase a su hija de pupitre, porque el compañero no era de su agrado, ni de su rango social... esto último lo digo yo. La situación era dura, tensa, por suerte ya me cogió veterano y curtido en mil experiencias. Le dije que, por respeto a su hija, no la iba a cambiar, y que si no le parecía bien podía ir a hablar con el director…
Me costó hacerle entender que “su hija puede volar sola, sin tener que sufrir la mala interpretación que usted tiene del amor paterno. Su hija va a lidiar con mucha gente, incluso con alguna, no muchas, personas inteligentes, como la que ahora tiene de compañero, no le prive de un buen desarrollo natural, progresivo y sistemático (como dijo el pedagogo). Demuestre que la quiere y quiere su bien”. La cosa acabó bien, cada uno en su sitio, e intentando cumplir nuestra misión, no sé sí compartida, pero el caso es que lo parecía y se trabajaba en paz...
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