Su cara tenía el toque sutil de la fruta de secano,
aquel color tostado de rojos de sol,
como las tardes que languidecen sin éxito,
o los amaneceres intrépidos que todo lo iluminan.
Sus ojos absorbieron su sonrisa, y era un clamor,
un mar bravío con mil perfumes de sirena,
con los cantos mejorados, azuleando los entornos,
como una visión de cielo cercano,
apta para el arte y el delirio.
Cara y sonrisa, ojos, alma que escapa del corazón,
vuela con la mía, feliz, en paz…
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