Recuerdo aquel patio andaluz, en Córdoba, donde comimos rabo de toro y salmorejo, y los pájaros se movían como Pedro por su casa, formando parte del paisaje y anidando por entre el ramaje de las plantas enredaderas, y las artísticas ruedas de carro… He recordado todo esto, porque hoy he paseado por los tinglados de Tarragona, y una tórtola, sin inmutarse y sin mover una pata, me ha mirado… casi con amor.
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